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Fue con la llegada de la Revolución Industrial en el siglo XVIII cuando otras fuentes de energía “no renovables” –tales como el carbón, petróleo y gas natural (conocidas como “combustibles fósiles”) - comenzaron a imponerse debido a su gran facilidad de extracción, disponibilidad, bajo coste y alta concentración energética. Sin embargo, actualmente los combustibles fósiles ni son baratos ni fáciles de extraer y sus recursos están en fase de agotamiento sin que quepa la re/auto-generación. Además, mención especial merecen las emisiones que resultan del quemado de estos combustibles convirtiéndose en dióxido de carbono que se diluye en la atmosfera reforzando el efecto invernadero y contribuyendo al calentamiento global de la Tierra. No contento con ello, además este tipo de energía causa inestabilidad política y desigualdades entre países ya que, únicamente aquellos países que cuentan con estos recursos naturales (i) se pueden desarrollar y crecer económicamente a niveles competitivos y, (ii) pueden imponer una política de precios a placer y someter bajo sus dictámenes a aquellos otros menos afortunados que necesariamente tienen que depender de los anteriores (a no ser que desarrollen cualesquiera recursos que posean y generen sus propias fuentes de energía).
Tras la II Guerra Mundial una nueva forma de energía emergió y fue considerada como la panacea que desplazaría las desventajas de los combustibles fósiles; nos referimos a la energía nuclear, la cual se creyó barata, abundante y una alternativa “limpia” a los combustibles fósiles. No obstante, basta mencionar la palabra “Chernobyl” para darnos cuenta de lo contrario: los residuos que se generan son extremadamente tóxicos y contaminantes por lo que una fuga crearía daños irreparables a personas y medioambiente. Además, la energía nuclear plantea el riesgo de la proliferación nuclear: los productos de la fisión pueden ser derivados a programas armamentísticos de finalidad “poco o nada humanitaria”.
Volviendo a las energías renovables, habida cuenta de la cantidad de aparatos eléctricos que empleamos a diario, es preciso hacer referencia a su importancia en el ámbito de la generación eléctrica. Ya en abril 2007 Greenpeace presento un estudio[1] en el que demostraba que el 100% de la electricidad generada en España podría proceder de fuentes renovables. Lo único que se requiere para ello es una necesaria voluntad política. Para lograrlo, son necesarios dos desarrollos paralelos: de las energías renovables y de la eficiencia energética (eliminación del consumo superfluo). Sin embargo, este progreso está frenado o ralentizado debido a la fuerte influencia de los lobbies que representan el oligopolio de las compañías eléctricas vienen normalmente ejerciendo sobre el Poder Ejecutivo.
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El sentido común y la vuelta a lo básico (como hicieron nuestros antepasados con el fuego) es lo que debería imponerse, especialmente en un país como España que tiene la suerte de gozar de una media de 360 días de sol al año. Por tanto, toda política no dirigida al desarrollo y uso de una energía limpia, eficaz y barata como es la solar no se comprende o está promovida por intereses ocultos de unos pocos en detrimento de la mayoría.
Javier Ruz
Abogado en Lightsource Renewable Energy
[1] http://www.greenpeace.org/espana/reports/informes-renovables-100
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