Eremita en la Ermita de Belen

Por primera vez en siglos, contamos en Montilla con un eremita viviendo en la ermita de Belén.

 No es la primera vez que contamos con ermitaños ya que hasta finales del siglo XVIII, en el Franciscano convento de San Lorenzo, los monjes se retiraban a la oración a los oratorios/ermitas que se encontraban dispersos en las zonas verdes del propio convento.

Por las características de la vida elegida por el ermitaño y por el profundo respecto que nos merece, vamos a obviar el nombre y fotos del mismo. Sin duda en los tiempos en los que la interconección 24h es la tónica, la elección de esta forma de vida es tan respetable como tantas otras. 


Representación de Pablo de Tebas,
 conocido como el primer santo ermitaño 
Los así llamados ermitaños ó eremitas son personas que se consagran a Dios en pobreza, castidad, obediencia y soledad. Su estilo de vida es muy peculiar: viven apartados del mundo, en el silencio de la soledad, dedicando su vida a la oración y a la penitencia de forma que buscan ser una constante alabanza a Dios y una intercesión por las necesidades de todo el mundo. A su vez se dedican también al trabajo manual y al trabajo de la huerta, con la que se suelen alimentar.

Los ermitaños son reconocidos por el obispo y dependen de él. Pueden elegir el lugar en el que desean vivir, siempre alejado del mundo, pero su estilo de vida estará sujeto a la dependencia del obispo del lugar en el que fijan su residencia.

La vida de un ermitaño posee un valor extraordinario para la Iglesia. Al ser hombres dedicados a la oración, a la contemplación y al sacrificio mediante sus obras de penitencia y el mismo testimonio de su vivir cotidiano, son signos elocuentes de un amor a Dios que intercede constantemente en favor de los hombres. Por lo tanto, no debemos considerarlos como algo accesorio para la vida de la Iglesia o como reliquias de un pasado histórico. Su vida es fuerza que ayuda a arrancar gracias de Dios y a distribuirlas en toda la Iglesia.

El beato Juan Pablo II en la Exhortación Vita consecrata 7, habla de este tipo de vida "Los ermitaños pertenecientes a Órdenes antiguas o a Institutos nuevos, o incluso dependientes directamente del Obispo, con la separación interior y exterior del mundo testimonian el carácter provisorio del tiempo presente, con el ayuno y la penitencia atestiguan que no sólo de pan vive el hombre, sino de la Palabra de Dios (cf. Mt 4, 4). Esta vida « en el desierto » es una invitación para los demás y para la misma comunidad eclesial a no perder de vista la suprema vocación, que es la de estar siempre con el Señor".

La regulación de este tipo de vida consagrada está en consonancia con la legislación canónica, número 603 y en el Catecismo de la Iglesia Católica en los números 920 y 921.

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